Por José Leandro Garbey Castillo

Malagueña. Profesora de baile flamenco. Es Lourdes García García, la mujer que, a sus 62 años, marca el ritmo de la coreografía que, en la sala de baile de INCIDE, Carmen y Luisa, dos adolescentes malagueñas, ejecutan mientras zapatean. Gitanas afirman ser. Orgullosas de reivindicar su origen, en parte, gracias a quien durante años las ha guiado.

Como sus alumnas, Lourdes comenzó en el baile siendo una niña, a los 12 años, influenciada por la cultura popular del barrio en el cual se había criado.  

«Yo aprendí a bailar en calle Los Negros, en una fuente que había. Ahí terminábamos de fregar los platos a nuestras madres y nos íbamos todas a bailar, a cantar. Los hombres bajaban a vernos. Todos los días lo hacíamos. Me metí en el conservatorio para cursar los cinco años. Hice dos de piano, solfeo y tres de danza pero, como me salían muchos contratos, terminé en el tercero. Solo quería trabajar. Yo no sé si bailaba bien o mal, pero me llamaban grandes artistas», comenta.

Los primeros trabajos fueron nocturnos; en tablaos, en salas de fiesta. Afirma que, por el baile –tanto flamenco como de estilo clásicos–, ha estado en Japón, Italia, Portugal… “en medio mundo”. Ha compartido escenarios con artistas de la talla de Miguel de los Reyes, a quien considera un referente musical. Contrario a lo que mucha gente piensa, Lourdes no es gitana.

«A mí me dice la gente que no soy paya, que soy gitana. Me hubiese encantado pero no lo soy. Sí, estoy contenta de ser paya, pero es que siempre he estado con los gitanos. Mis hijas lo son, mis nietos, mi esposo. Yo no. Pero soy flamenquita, por razones obvias se intuye. Mis niñas se han criado en los camerinos. Las dormía al darles el pecho, las tumbaba en los vestidos, y salía a trabajar. Mi marido, de 42 años, es gitano puro. Guitarrista. Primo de integrantes del desaparecido grupo los Ketama. Trabaja con Pitingo, con

Rosario, con Lolita, con toda esa gente. Es un buen guitarrista. En casa se siguen las tradiciones de la cultura gitana».

Lourdes entiende a su labor como un intento de visibilizar la riqueza cultural de un grupo social necesitado de espacios para su reivindicación. De ahí que destaca la labor de INCIDE en este proceso de intervención comunitaria en el que participa –desde hace más de nueve años– y que le ha permitido juntar su pasión por el baile y la docencia en aras del crecimiento personal de unas chicas que, al menos temporalmente, escapan de las complejidades de su entorno.

«He ido a dar clase a barrios en los que me he enfrentado a situaciones desagradables. Hablamos precisamente de personas que, en muchos casos, por razones históricas, han recibido un trato social excluyente. Desfavorecido. Que son muy vulnerables. INCIDE ayuda muchísimo al barrio. He trabajado con niñas de todas las edades. Algunas ya son mayores. La mayoría son gitanas. Vienen de familias que derraman arte por los suelos. Ellas ya lo traen en la sangre»

«El flamenco es sentimiento, rabia, poderío. Yo qué sé. Esto no se puede perder. Nunca se termina de aprender. Llevo cuarenta y tantos años y todavía no lo sé todo. Siempre hay algo nuevo. Hay una apropiación del flamenco, que es propio de la cultura gitana. Ahora es parte medular de la cultura española. Está reconocido. Pero es nuestro», afirma.

Lourdes camina detrás de las chicas. Corrige sus posiciones. Las orienta. Mientras, toca las palmas. Canta. Me observa y… «¡es más, te pongo un vídeo! ¡Aprende tú también!»




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